COMO EL COMPÁS INFLUYE LA ORTOGRAFÍA
DE LA REPRESENTACIÓN TEMPORAL Y VERTICAL. (9-Enero-2005; 03:18)
El compás métrico nos tiene acostumbrados a dividir el
objeto del tiempo en unidades representativas de un acento y medida. Vemos
normalmente la idea de compás aplicada a una agrupación de tiempos tomados de n
en n, en el que existe una estructura de acentos más o menos racional. Así, los
nombres de compás responden a dos términos que ofician nuestra relación de
examen para visionar la cantidad y la cualidad de ese tiempo. La cualidad no
existiría sin el acento allí donde pensásemos que la cantidad no es otra cosa
que nuestra manera de cortar ortográficamente el tiempo. Es decir, el supuesto
métrico es amorfo si no objetamos la posibilidad no neutra de hacer ritmos
temporales téticos, anacrúsicos, y establecer una disociación de respuestas en
torno al objeto del acento. El acento es contradecible, y no es el espejo del
metro, pero plantea un supuesto formal que se manifiesta en el metro y en las
agrupaciones formales de las figuras. De ahí, l caligrafía de un 3x4 no es
igual que la de un 6x8, desde el punto de vista de la inclusión del acento como
estructura del tiempo, y de la objetivación acentuada que referimos en la
ligazón por el corchete de tres figuras, insistiendo en un acento de arranque,
allí donde no hay una indicación de barra de compás que contradiga nuestras
suposiciones llana y esdrújula.
La inclinación por el presupuesto no surte efecto allí
donde está claramente imponiéndose una intención contradictoria con el material
sonoro, pero no siempre que esta contradicción se articula con naturalidad se
refleja como tal en el material que se ortografía desde la base natural. Así,
todo es tensión desde el supuesto. Estas afecciones pasan en las agrupaciones
temporales, y también en las verticales. Las implicaciones finales cuentan unos
tejidos que se organizan desde la recepción, más que desde el cuento de la
representación visual de los materiales sonoros. Es decir, allí donde la música
escrita ya produce un ruido en base a unos códigos, la relectura desde otros
códigos no activa la transferencia de intención del autor de dicha música, sino
que se produce una reconstrucción subjetiva en el oyente, unas veces conducido
por la elocuencia de los estímulos, pero otra sujetado por la tradicional forma
de hacer análisis de partes donde no las hay.
El siguiente ejemplo, parte de un diseño rítmico
perfectamente subrayado por el dibujo melódico, aunque éste no varía siempre
igual. Sin duda alguna es la línea del bajo lo que hace percibir las
variaciones como tales, pues la obstinación del bajo a cada dos compases es
inmutable. Desde el aspecto de vista acordístico, no podemos iniciar la
búsqueda de las tríadas pues solo hay dos voces. Con ello, hemos de interpretar
y decidir que hacemos con las flexiones de segunda que están en parte fuerte y
no nos caen dentro de lo que creemos que es un acorde, además, del tono. Así,
es probable que podamos querer ver un Do mayor invertido donde las corcheas
pivotan do-si-do-si sobre la nota Mi del bajo, y creamos ver un Mim en estadio
fundamental donde las corcheas pivotan si-do-si-do en el protagonismo
jerárquico de la nota si (del acorde de tríada que estamos queriendo ver).
Nuestras expectativas verticales están influidas por el
criterio de la fortaleza tonal clásica, sometiendo a la observación como
apoyaturas y también retardos de las notas que no están relacionadas desde la
estructura de tríada. Es decir, le pedimos una coherencia estructural a las
verticales en los objetos armónicos de nuestro repertorio, unos encuentros
horizontales que nos son tan necesarios para reafirmar la tonalidad como lo es
la ortografía del compás cuando el diseño rítmico desarticula la idea
preconcebida.
No obstante, en este ejemplo no podemos cuestionar la
tonalidad, aunque sí la modalidad, pues bailamos más sobre la nota mi, que
sobre la nota sol, y solo en el compás 4 y 8 parece haber un intento de
dominante a SolM, intento que como vemos lo estamos condicionando al tiempo.
Así, para lo que nos puede valer en verdad esta idea
gráfica es para confirmar que nuestra tensión tonal es el objeto que mejor se adecua a la pista que da
la armadura, pero eliminando todos los modos que no usamos. En ese aspecto,
resulta imprescindible la anulación del fa# como objeto locrio de una tonalidad
mayor y susceptible de ser, por estar en parte fuerte del motivo, un lugar
estable en el que se apoya la melodía. Esta es la razón por la cual objetamos
en mi-fa#-mi-fa# una falta de ética clásica en el floreo, pues la nota que
hubiera de caer fuera del acorde está en la parte débil. Así, la comprensión de
esta nota en Mi m implica voces que no están representadas a partir de
muchos encadenados de supuestos, alguno de lo cuales nos harían ver este
arranque como Fa#7, es decir dominante secundaria de Mi. Desde el momento en
que estos dibujos melódicos son los que son no habría porque cuestionar su
encuentro. Sin embargo, buscamos que teóricamente todo esté perfecto. Mientras
que en la melodía, sus partes principales y desde luego su real funcionamiento
cuadrado está sobradamente demostrado, lo que constituye un equivoco real y
crea unas percepciones desconcertantes en verdad preocupantes no es otra cosa
que esperar que las materializaciones de las ideas respondan a un esquema que
tenemos concertado de antemano. En el caso del compás, puesto que están creadas
unas estructuras adecuadamente establecidas y ordenadas jerárquicamente para
cumplir esa soñada y delicada pre-ocupación, nuestra melodía apenas aporta más
puntos rítmicos al compás que los propios de la subdivisión del tiempo. Es
decir, el subtiempo binario. Esta relación es de la misma especie par en la que
estamos dividiendo el tiempo, y por fuera, se corrobora esta máxima cuando
hacemos unas repeticiones pares, y después cuadradas. Así, nuestra frase
alógica con el bajo con salto de octava, y después séptima descendente tras
silencio, comienza a tener sentido por pura reiteración, pero también en el
momento en el cual las interrogantes de la unidad de compás se van aliviando
desde las distintas razones ambiguas del resto de voces. Es decir, el bajo insensato en los saltos no
lo es en cuanto es armazón temporal, y aún estando roto por el silencio, bajo
una ambigüedad modal-tonal, y pudiendo ser interrogado en cuanto al hecho por
el cual tras el silencio, empieza nuestra verdadera relación en cuanto a
tonalidad y armadura. Digamos que la suspicacia de frase, en la medida en que
tiene una respiración concertada en su dibujo, puede ser negada en el bajo
donde desaparace. Y digamos que en ese aspecto, también la interrupción del
salto de octava, aún estando ligada en el tiempo obedece a nuestro sentir de
línea. En un caso hay una interrupción gestáltica de lo conjunto, y la voz
grave, se va a los medios, cumple con una idea de mucho valor afín, pues repite
el sonido octavado, lo cual tiene una tremenda convicción de semejanza y no
dbiera verse como interrupción, sino como continuidad de resolución armónica
indirecta. Sin embargo, esto que es hacia arriba, es más cuestionable hacia
abajo. En la medida en que la sucesión fa#-sol es elocuente son ver ese
descenso de séptima, en el dibujo resulta tormentoso no haber rellenado el espacio
intermedio con una nota tan armónica como sensata como pudiera haber sido la
nota Si, pues ésta vive y convive en nuestra lógica tonal con la suspicacia de
SiM/m y también de Mim. Sin embargo, nuestra intención ha sido poder plantear
todos estos temas de ambigüedad donde el cerebro completa a partir de los
recuerdos. Aún más, si el silencio nos ayuda a indefinir aún más el análisis de
la tríada, el transporte o la repetición de los motivos que modulan crean
campos de continuidad y cesura en función a su continuidad interválica. Viendo
así las dos semicorcheas que cierran la estructura par de compases, en algunas
ocasiones suponen un remate y en otras un inicio a lo que va a venir después.
Sólo nuestra consideración del tema nos puede hacer ver la variación literal en
ese transporte diatónico si que afecte al tiempo, pues es innegable que la
ligazón de la frase corta la estructura de compás sobre la que habíamos
diseñado el fraseo. De ahí que el corte melódico depende del desarrollo más o
menos armónico que le queramos dar, no solo de su continuidad en el tiempo o de
poder verse leído entre los intersticios de las barras de compás, pues esto no
quiere decir en muchos casos nada más que premisa ortográfica. Evidentemente
hay más principios que la distancia temporal e interválica, más creencias
preestablecidas,... pues vemos como la relación del objeto del acorde en el
supuesto tonal nos hace pensar de muy diferente forma en los grupos de corcheas
que pivotan en parte fuerte dentro del acorde o no, si lo hacen dentro de la
escala o no, ascendente o descendentemente...
La objetividad científica en cuanto basa su razón de ser
en lo tangible sólo es capaz de ver en la demostración un encuentro con sus
teoremas, pero a partir del conocimiento de unas fuerzas. No podemos criticar
lo bueno o lo malo en las producciones del arte a través de los objetos del
arte, pues la intención de la obra artística no es simple y llanamente
superficial. Es decir, puede haber narración por encima del paisaje, que no
tenga que ver con el paisaje como puede haber una intención programática en la
música más clásica que atienda a la coherencia más tonal. Toda objetividad es
poca en el arte, en la pincelada o en el pasaje más ínfimo de la musicalidad.
En lo que existe la elección del pincel, o del piano, o la predilección por un
compás... ya estamos perdiendo información objetiva. Es evidente que el
positivismo no es el estructuralismo ni éste, ni su examen tiene que ver con la
sociología del arte, pero en los tres sistemas prioritarios que envuelven o
desenvuelven al artista no está su capacidad para pensar por encima de lo que
está haciendo hacia donde quiere llevar su material por encima de las
condiciones miméticas del natural o del abstracto material con que se expresa.
Es decir, el nexo que efectúa el artista o el artesano puede añadir al juego de
la forma y de la traducción de formas e ideas en materia, algún componente
añadido que no tiene porqué quedar reflejado en el objeto, por lo tanto, no
entrar en los análisis tonales o atonales que ofrece la imagen de lo que suena,
el ruido del objeto que deja a producción artística. Un objeto que ha fenecido
en la conversación con el artista y que revive con o sin el código inicial en
las lecturas del espectador. Es evidente que un análisis tímbrico de una pieza
de piano, tal y como la hemos escrito, no tendría razón de ser. Pero es
tortuoso creer, en el momento de ver la música en el sistema pautado que todo
lo que ahí se accidenta no cumple con las razones acústicas. Está claro que
cuando incidimos con nuestro análisis tonal o métrico pruebas o exámenes
tonales y métricos extraigamos resultados tonales y métricos, pues toda nota o
todo accidente cae dentro o fuera de la tonalidad, dentro o fuera del tiempo o
del contratiempo, pero en definitiva la idea o la intención del autor no está
dentro de estos parámetros ni estos análisis. En este caso es sencillo saberlo
porque, si creen en mi sinceridad, no he pensado en ningún momento ser tonal,
simplemente jugar con variaciones, objetos reducidos, teniendo presente siempre
una idea de cohesión. Así, tampoco hubiera sido necesario explicar ni excusar
un accidente en el momento en que juega a favor de una intención de contraste,
pero tampoco hubiera porqué haberlo considerado contrastante, sino afín, en el
momento en que hubiésemos creído sensible de la dominante la nota fa# , y con
esa permisividad encontrar aún más cerca la transformación autónoma de este
punto en acorde, desarrollando la armonía que lleva dentro. Solo el contexto
nos permite articular rentablemente la idea que encierra semejante nota
inesperada, sin embargo esta articulación inesperada, en el momento en que no
responde a un movimiento mecánico es una obra y no un ejercicio. En este
sentido, el fraseo o la composición se distingue mucho de un ejercicio de
calentamiento, de un estudio, porque precisamente comienza a definir por
sustracción de un continuo que puede suponer un grupeto a corcheas o
semicorcheas de una escala cromática, diatónica... En este aspecto es más que
elocuente romper una objeción que tenemos en cuanto al juicio aparentemente
visible que ofrece la escritura musical para con todas las notas que parecen
iguales. En un análisis positivista aséptico es evidente pensar que un grupo de
dos notas son dos notas, pero en un análisis de sentido, dirección y destino de
la obra es fundamental concebir la posibilidad de disociar lo que es la materia
grasa de una nota y lo que es auténtico nervio, y acicate de un posterior
desarrollo. Así, FS nos recuerda la disociación entre acorde significante y
acode estructural. Básicamente la diferencia entre señal y signo viene a
rentabilizar esta disociación que en la dimensión de las notas no tiene
diferencia cualitativa si no está introducida en un contexto. Y he aquí donde
nuestro aparato musical predilecto, unido a nuestro imantado cerebro cambia las
coordenadas de este dualismo extremo. A buen seguro, si estuviéramos analizando
la pequeña pieza desde la premisa tonal, la carga sígnica de la segunda
inversión de Fa#M nos varía a la identidad de este punto como acorde
significativo, pues su valor accidental
no pasa en ningún caso desapercibido. Es como en la ortografía, la haparición
de una falta nos exclama algo, puntualmente reprochable. Sin embargo, la
introducción de esta falta no tiene repercusiones en el aparato sintáctico de
la frase, y tampoco, a pesar de poder ser una falta, en la calidad semántica de
“aparición”, pues la “h” no cambia la
autonomía que relaciona esa palabra con su significado arbitrario.
Lema o conclusión (según se mire): Si hacemos valer con toda objetividad reclamos propios del
signo, tanto en el caso de las grafemas
del habla como en el caso de la notación musical, encontramos no pocas
paradojas de la representación. Pues ésta,
presupone unas relaciones entre las ideas y los significantes de las
mismas que consideramos normales. En el fondo, la relación arbitraria que une
esa idea con el significante es lo más abstracto, pero es lo que da la forma
habitual a nuestra recepción de las ideas a través de un código. La impresión
del código no es la de la idea, pero se hace disonante allí donde se produce un ruido que no es del código, pues, aún sugiriendo ideas, no es del código. Finalmente,
en cuanto el código supone una realidad tan intensa como la escondida, es decir
la representada, el atentado formal contra la presentación de la representación
puede cuestionarse, pues su arbitrio es real.
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